El canto de esta especie, es el signo más característico de que está llegando la primavera a un lugar. Durante los meses que dura el buen tiempo, los sonidos alegres inundan los campos abiertos donde suelen habitar y el rojizo o anaranjado de sus picos se convierte en todo un espectáculo de color. Tal es la euforia que provocan a su alrededor que su presencia sirve para hacer desvanecer nubosidades y amenazas de lluvia.
Sin embargo, con la llegada del frío, el petirrojo se convierte en petigrís y el canto se vuelve desgarrado. Es entonces cuando el cuerpo sufre una transformación: el pico pierde brillo y las alas, pegadas al cuerpo, se cubren de pelo grisáceo, ceniza. Sin llegar a hivernar, no puede elevar el vuelo durante meses y llega incluso a cambiar la dieta. Pasa de alimentarse de frutas silvestres dulces, como las moras, a buscar otros menús con menor aportación en azúcares, como las semillas de trigo.